lunes, 4 de febrero de 2013

Cobarde...

Lo decía mal entonado aquel poeta,
aquel que golpea a una mujer
sentenciado ha de ser
por los mismos jurados
de fantasmas pasados.

Porque hombre no es aquel
que golpea una mujer, hombre,
es el que la respeta y la quiere,
aquel que con delicadeza
sabe tocar su cuerpo.

Aquel que hace una obra de arte
de sus labios, su cintura y cabello,
que la toma de las manos,
y la venera en una imagen
una escultura o un puño de palabras.

Porque de esos golpes mal intencionados
podrá borrarse el dolor y los recuerdos,
pero estos no se olvidan, quedan grabados
con tristeza y se cicatrizan en el alma.

Quien se atreve a cambiar unos ojos hinchados
y labios morados quizás hasta deformes,
por el rojo carmín acostumbrado,
un aroma impredecible y unos ojos soñadores.

Yo te llamo cobarde aunque peor nombre mereces,
pues caro pagaras esos actos contra este ser amado,
y a ti mujer que soportas y te humillas,
mis dolencias y algunas lagrimas compartidas,
valora tu cuerpo, pero no menos que tu alma,
valórate bendita, valora tu ser mujer infinita…